Dar las gracias, no cuesta dinero, no hace falta tener unos conocimientos previos, y tampoco hace falta pedir permiso. Por lo general, debe de ser un hábito de educación y costumbre, sencillo, habitual, profundo y sincero. Un «gracias» de corazón es más que una simple palabra, cambia las actitudes y energías de quien lo da y de quien lo recibe.
Es además un gesto universal, y aunque cada país tiene su propia cultura, dar las gracias es un acto presente en todas ellas.
Son tales sus poderes, que su ausencia es un hecho que importuna. ¿Cuantas veces nos hemos quedado a disgusto esperando un simple «gracias» como compensación a nuestro esfuerzo, guiño o deferencia?.
Tan sencilla recompensa, y tantas veces olvidada…
Yo voy más allá. Creo que no hay ninguna palabra con tanto poder. Dar las gracias no solo tiene evidentes «poderes» que transforman a quien las recibe, sino que supone una satisfacción profunda a quien las da.
Ser agradecido supone además el camino más fácil hacia la felicidad, nos ayuda a mejorar las relaciones con los demás, a ser más positivos y a priorizar y valorar las cosas a nuestro alrededor.
El problema es que la mayoría del tiempo estamos centrados en aquello que nos falta y nos olvidamos de dar las gracias por todo lo que tenemos. Y si lo pensamos bien, son infinitas las cosas por las que podemos estar agradecidos.
Este pequeño post reflexivo es para recordarme que debo de dar las gracias, todos los días, por las infinitas cosas que ya tengo, y compartirlo con vosotros.
Lejos de ser un concepto teológico, mi reflexión va más por un enfoque de actitud ante los avatares de la vida.
Os invito a que deis las gracias más a menudo, recordad que no cuesta dinero y lo bien que nos sienta a todos recibirlas.
Simplemente, éxito y GRACIAS.